
Durante mucho tiempo pensé que para ver resultados en mi cuerpo tenía que ser estricta al 100%. Nada de dulces, cero salidas con amigos, ni una pizca de desliz. Hasta que descubrí una herramienta que, usada con inteligencia y equilibrio, se volvió una aliada tanto para mi progreso como para mi salud mental: el cheat meal.
¿Qué es un Cheat Meal?
El cheat meal, o comida trampa, es esa comida que te das “permiso” de disfrutar fuera de tu plan alimenticio habitual. No se trata de atracones sin control, sino de una pausa intencional y consciente. Puede ser una hamburguesa con papas, una pizza con amigos o ese postre que tanto amas y que normalmente no incluirías en tu dieta.
Para mí, más allá de lo que representa en términos físicos, es una celebración. Es un momento de conexión con mi entorno, de relajarme y recordar que comer también es un acto emocional y social.
¿Qué efecto tiene un Cheat Meal en el cuerpo?
Aquí es donde se pone interesante. Cuando llevamos tiempo en un déficit calórico (comiendo menos calorías de las que gastamos), nuestros niveles de energía pueden bajar y, biológicamente, nuestro cuerpo busca mecanismos para protegerse. Ahí es donde entran dos hormonas clave: leptina y grelina.
La leptina es conocida como la “hormona de la saciedad”. Cuando llevamos mucho tiempo en déficit, sus niveles bajan, lo que puede hacer que sintamos más hambre y que nuestro metabolismo se desacelere. Por otro lado, la grelina, la hormona del hambre, aumenta. Un cheat meal puede ayudar a “resetear” momentáneamente este sistema hormonal, elevando los niveles de leptina, bajando los de grelina y ayudando a mantenernos en camino sin tanta fatiga o sensación de restricción constante.
Un ejercicio de flexibilidad
Para mí, el cheat meal no es una necesidad, pero sí es una herramienta poderosa. Me da flexibilidad. Me permite decir “sí” a una salida con amigos sin culpa, disfrutar de una comida casera sin contar calorías, y mantener una relación más sana y sostenible con la comida.
Sé que no todos se sienten cómodos con la idea de una comida trampa, y está bien. No es obligatoria. Si te genera ansiedad, descontrol o remordimiento, probablemente no es el momento adecuado para incorporarla. Algunas razones para dejarlo de lado pueden ser:
Estás en una etapa temprana de tu proceso y necesitas estructura.
Tiendes a los atracones o te cuesta retomar el plan después.
Estás trabajando en sanar tu relación con la comida.
El concepto de “hacer trampa” te hace sentir culpable o en conflicto.
Todo depende de tu evolución personal. No hay una receta única. En mi caso, suelo tener un cheat meal a la semana. No lo planeo con obsesión, simplemente dejo que fluya: si tengo un evento social, lo aprovecho. Si esa semana no lo necesito, paso sin problema.
Mi recomendación personal
Hagas lo que hagas, que te haga feliz. Si te suma, inclúyelo. Si te resta, déjalo. La frecuencia depende totalmente de ti y de tus objetivos. Y lo más importante: después del cheat meal, continúa con tu plan como si nada. No hay que compensar, castigar ni “limpiar”. La constancia es lo que realmente hace la diferencia.
Así que, ya sea una pizza casera con vino, o un buen helado en una tarde de verano, mi cheat meal perfecto es ese que disfruto sin culpa, en buena compañía, y que me recuerda que la salud también es equilibrio.